Éramos tres, solamente tres, hacía un ratito habíamos llegado a ser cuatro, pero pronto volvimos a ser tres.
Sí, era la noche de nochevieja y lo normal es que se una toooda la familia y se hagan mil platos de comida, y haya niños corriendo por el salón y los típicos tíos y hermanos fumando en la cocina... Pero nosotras solo éramos tres.
Al principio, sentí mucha pena, mucha pena al pensar en por qué yo no podía tener esa suerte aquel día, en que quería que estuviéramos todos juntos y que aquella fuera una navidad como muchas otras.
Pero precisamente en ese momento, miré sus caras, en especial la una de ellas y vi lo muchisimo que necesitaba ese momento, ese momento con nosotras dos, esas risas por cualquier tontería que duraban horas. Esas burradas dirigidas a la televisión por lo cutre que se está volviendo todo.
No seguimos las normas, cada una hizo las cosas como quiso, cada una se reía de manera diferente, nos mirábamos y pensábamos en lo a gusto que nos sentíamos siendo nosotras tres, las tres de siempre, las tres en las que no existían esas tiranteces que suelen surgir con los demás componentes de mi familia, éramos las tres de verdad.
Y fue en ese momento cuando comprendí, que efectivamente, estas navidades sí han sido especiales, porque a pesar de sus diferencias con otras navidades, jamás me he sentido tan cómoda como cuando vi a mi abuela riéndose como hacía tiempo que no le veía y a mi madre sonriendo por ello.
No es necesario seguir las normas, no hace falta ser uno más, simplemente hay que buscar el momento y la compañía indicada para hacer de cada momento, un momento inolvidable.
Seguiremos practicando.
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